viernes, 28 de septiembre de 2007

imagenes de volcanes!!





Hola chicos , espero que se encuentren bien
aqui les dejo unas imagenes de unos volcanes que encontre
y me gustaron mucho, espero a ustedes tambien les agraden .
P.D Chequen la colubna de humo de la tercera imagen

viernes, 21 de septiembre de 2007

jueves, 20 de septiembre de 2007

jueves, 13 de septiembre de 2007

Mapa de Conceptos

Mapa de Conceptos

mapa conceptual "aprender-enseñar"



ENSEÑAR Y APRENDER

El proceso de aprender es captar el conocimiento de alguien sobre un tema o una cosa determinada, esto nos llena de inquietudes, interes , satisfaciones, al aprender llegamos a tener un progreso en nuestra vida personal, profesional, cultural, etc.
el hecho de enseñar nos llena de experiencia y a la vez de mas aprendizaje.

viernes, 7 de septiembre de 2007

mapa conceptual

flores_ambientes_ejercicio1_070907

Pagina de la Carrera de Geografia

enlace a la pagina web de la carrera de geografia www.geografia.cucsh.udg.mx

lista de correos!!

Saludos compañeros, aqui les dejo nuevamente la lista de correos

*PEREZ NAVARRO, GUADALUPE ROCIOYoh_y_anna@hotmail.com
*VENEGAS LUEVANOS, QUETZALCOATL SINUE sinue_quetz@hotmail.com
*HINOJOSA NAVARRO, SUGEY NATHALYsugeyhxc@hotmail.com
*CHRISTOFER IRINEO VALENCIA NARANJOchristofer_vn@hotmail.com
*CASILLAS GONZALEZ, LUIS HUMBERTOluiscasper@gmail.com
*OLMEDO ORTIZ, LUCIAlucecitadelcampo_00@hotmail.com
*SALDAÑA BAUTISTA, EDGARDOe_saldana18@hotmail.com
*REQUENA GRAJEDA, MAYRA GUADALUPErequena_grajeda@hotmail.com
*AGUILAR HERNANDEZ, TANNA LJUBICAcalacahuesuda_777@hotmail.com
MORAN QUIROZ, LUIS RODOLFOmailto:RODOLFOrmoranq@hotmail.com
*MIGUEL aNGEL TABLON SAUCEDO cualquier.pendejada@hotmail.com


Por: Guadalupe Rocio Pérez Navarro

lunes, 3 de septiembre de 2007

El cierre categorial de la geología (reseña de Alvarez Muñoz por Suárez Ardura)

Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974publicada por Nódulo Materialista • www.nodulo.org
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impresa el lunes 3 de septiembre de 2007 desde:
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http://www.nodulo.org/ec/2005/n038p24.htm

El Catoblepasnúmero 38 • abril 2005 • página 24

El cierre categorial de la geología

Marcelino Javier Suárez Ardura
Sobre el libro de Evaristo Álvarez Muñoz, Filosofía de las ciencias de la tierra, Pentalfa, Oviedo 2004, 355 págs

El libro de Evaristo Álvarez Muñoz analiza los mecanismos gnoseológicos de constitución de la geología. Se parte de una contextualización donde se rastrean los procesos de construcción geológica a partir de las técnicas mineras de los siglos XVIII y XIX para alcanzar con gran detalle la urdimbre en que consiste la categoría geológica.
Quizás un título como Filosofía de las ciencias de la tierra contraríe al lector poco avisado, máxime si se repara en un subtítulo, El cierre categorial de la geología, que por explicativo colisiona con las concepciones sobre la geología transmitidas por la historiografía geológica y por las filosofías de la ciencia de corte positivista a lo largo de todo el siglo XX. Porque lo ordinario ha sido, haciendo un uso unívoco de su etimología, considerar que la geología es la ciencia de la Tierra; de donde se seguía una serie de corolarios orientados a «precisar» aún más el objeto de estudio y a recorrer las venas que constituían sus disciplinas hasta desentrañar el cuerpo completo de los conocimientos responsables de su tectónica como ciencia. Pero Evaristo Álvarez Muñoz no ha errado en la elección del título –con la utilización del término «tierra» en minúscula–, ni en la explicitación conseguida con el subtítulo porque, entre ambos, sintetiza de manera sencilla y elegante no sólo el plan de la obra sino también una crítica sutil y rigurosa contra ciertas concepciones metafísicas de la filosofía de la ciencia y de la geología, incluida la filosofía espontánea de los geólogos, que a la postre no han resultado ser más que ventas y batanes. Así pues, el desenvolvimiento de su proyecto, es decir, el desarrollo de un análisis de la geología a partir de los presupuestos gnoseológicos del materialismo filosófico no ha sido ejercido con independencia de la articulación de una crítica en forma a las filosofías de la ciencia en general y de la geología en especial que recubren los materiales con los que se hubo de tratar como si fuesen concreciones calcáreas.
He aquí la dialéctica que Evaristo ha desarrollado. Por una parte, nos ha mostrado que la geología como ciencia es una urdimbre constituida por objetos como rocas, estratos, fallas, pliegues y sujetos como Lyell, Cuvier, o Buffon cuyas operaciones fueron dando lugar a conjuntos de relaciones esenciales trabadas de tal forma en contextos determinantes a partir de los cuales fue cristalizando el campo de la geología, esto es, la categoría geológica. Y ello, salvando la aparente paradoja según la cual ha tenido que partir de la geología misma como saber científico para demostrar que la geología es una ciencia cuyo campo (términos, operaciones, relaciones, &c.) se dispone de tal manera que da lugar a un cierre tal que la constituye como ciencia. Esto podría ser tenido como un argumento circular –en un sentido peyorativo del término círculo– si no fuera porque este libro articula y ordena los contenidos excavados y cartografiados en una bibliografía de una potencia de más de medio millar de obras entre libros, artículos y páginas web sin excluir obras literarias (novelas, libros de viaje, &c.) en tres partes que no constituyen sino los afloramientos de una dialéctica de regressus y progressus.
Por tanto, no cabría decir que se pide el principio, al partir de unos contenidos geológicos para ir hacia la geología; pues de lo que se trata es de una suerte de dialelo según el cual, en efecto, decimos que las prácticas mineras –por ejemplo– de excavación y seguimiento de las capas carboníferas a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, constituyeron las primeras operaciones y términos, de alguna manera geológicos, siendo a la vez los contenidos radiales del mundo precursor que daría lugar al nacimiento de la geología. Es en este contexto de trabajos a ras de suelo en el que se trata de captar ya la construcción de la geología como un operar sin duda cruzado por múltiples ideas (teorías, hechos, causa, tiempo, escala). Por otra, es ésta la razón por la que el autor dedica la primera parte, titulada Materiales para una nueva ciencia, a desbrozar y separar lo que es el genuino trabajo científico de las teorías que funcionan a otros niveles y a otras escalas de las propiamente científicas.
Y en esta operación de regressus, Evaristo Álvarez Muñoz tuvo que detectar las distintas concepciones de la geología y de la historia de la geología –muchas veces sustentadas por los propios geólogos y empleadas a modo de representación de su propio trabajo– y, confrontándolas con la gnoseología del materialismo filosófico, elaborar la crítica que le permitiera seguir avanzando en su análisis de ese hacer que acabaría siendo denominado geología –aunque aquí lo que interesa no es tanto el nombre cuando el concepto que, en última instancia, es la ciencia misma–. En este sentido el autor es tajante: «Es preferible desvincular el nacimiento de la geología de la formulación de hipótesis alguna, por contrastable y práctica que resulte...»; más tendrá que ver –nos dice unas líneas después– con el proceso histórico conocido con el nombre de Revolución Industrial. Así pues, no se puede ser menos ambiguo: no es la conciencia constituida por representaciones de la filosofía natural y de los prejuicios ideológicos de los propios geólogos la que determina la textura constitutiva de la geología sino las condiciones materiales –materialistas– las que determinan la conciencia, pero ahora se trata de la ciencia misma. Y esto no significa despojar de toda importancia a los debates entre actualistas y catastrofistas –por señalar un caso profundamente analizado en el libro– sino situarlos, como ha hecho Evaristo, en sus propios goznes que no son otros que el eje pragmático de la geología (autologismos, dialogismos y normas).
Como se puede comprobar en la obra que reseñamos, la crítica es contundente y certera porque no se trata de rechazar, no se trata de negar, que aquel hombre que viene a caballo no venga en cabalgadura alguna, ni de que nada porte sobre la cabeza sino, por el contrario de que la cabalgadura es un rucio rubio y el yelmo una bacía. Ahora bien, los análisis que hace Evaristo –y él se encarga de discriminarlo clara y distintamente– nada tienen que ver con la epistemología sino con la gnoseología, es decir, con la teoría de la ciencia.
El regressus conduce directamente a la crítica de las especulaciones, supuestos, prejuicios y filosofías que en cierta manera impedían ver el verdadero trabajo científico. Éste aparece tras el regressus dando lugar a una escala categorial precisa y nueva; las expediciones, los dibujos, la recogida de materiales, las excursiones y los trabajos de campo de los «primeros geólogos» darían lugar, al reorganizar los términos, a una textura gnoseológica cuyo criterio de constitución habrían de ser las propias identidades sintéticas. A partir de este momento, Evaristo ha dejado el camino expedito para ofrecernos la cartografía gnoseológica de la geología en la segunda parte del libro, titulada Análisis gnoseológico y cierre categorial de la geología. Una cartografía exhaustiva que nos es presentada tanto en la escala anatómica como en la escala fisiológica. No hay por qué seguir considerando a la geología como una ciencia determinada por factores externos y explicada por factores internos; lo externo y lo interno se dan en las ciencias en mutua codeterminación.
El sintagma «cierre categorial de la geología», que es, a la vez, subtítulo de la obra, nos está remitiendo, como ya hemos podido entrever, a un planteamiento distinto al de la filosofía de la ciencia positivista. Se trata de analizar las estructuras de las ciencias desde una perspectiva filosófica que no privilegie ningún principio ni objetivo final porque se propone partir de la textura misma del trabajo científico o, dicho de otra manera, se trata de partir in media res. Y esto es lo que ha hecho el autor, no ha privilegiado ni al uniformismo ni al catastrofismo; al contrario se ha dedicado a analizar las obras de los mismos geólogos detallando sus trabajos, sus operaciones y estudiando cómo se enfrentaban a los objetos geológicos incluso cuando desde su particular punto de vista (emic) se oponían entre sí: contraria sunt circa eadem. Se entiende así que El cierre categorial de la geología sea algo más que una explicación a Filosofía de las ciencias de la tierra porque lo que se está haciendo con este subtítulo es oponerse a otras posibles interpretaciones gnoseológicas según las cuales las relaciones entre la materia y la forma de la geología tienen a verse desde una perspectiva metamérica que sustancializa uno de los términos (materia, forma) o bien los dos, sin reparar en que las relaciones entre la materia y la forma geológicas son de índole diamérica; en otros términos, son relaciones circularistas –sin que esto suponga la connotación negativa que empleábamos más arriba–.
Pero la obra hubiera quedado incompleta si concluyera en este punto, pues no habría culminado el trámite dialéctico del progressus. De suerte que la tercera parte, La construcción histórica de la geología clásica, puede ser entendida, sin duda, como un ejercicio del progressus sobre los materiales mismos que constituyeron históricamente la geología. Pero es que, además, resulta ser la parte de mayor enjundia e interés para los propios geólogos porque en ella se comienza a llamar a las cosas por su nombre.
La teoría del cierre categorial ha permitido a Evaristo Álvarez Muñoz interpretar los episodios de la historia de la geología de una manera ajustada a los términos de la propia ciencia. Así, por citar un ejemplo, resulta revelador el capítulo dedicado a las formaciones, en tanto que término de la geología, en la medida en que estas son vistas como los términos que hicieron posible la geología científica. Pues, hasta en tanto no se dispuso de términos de este calibre, no se pudieron articular teorías geológicas en sentido estricto: «En tal sentido la teoría del cierre categorial encuentra en el concepto de formación el primer término fundamental de la geología, cuya pertinencia gnoseológica merece ser investigada» –dice el autor–.
Las formaciones junto con la correlación faunística fueron determinantes, y aun en la actualidad, incluso después de la orogenia que supuso la tectónica de placas, la formación no ha podido ser relegada a un papel fenoménico. Así como en la biología es la célula y no la Vida el término en torno al cual se configura la escala de las categorías biológicas, y son las sociedades bárbaras aquellos que delimitan el campo de la antropología y no el Hombre, igualmente serán las formaciones el término canónico de la escala geológica y no la Tierra. Entendemos ahora el porqué de la elección de un título como Filosofía de las ciencias de la tierra en el que se privilegia el uso del término «tierra» en minúscula. Por un lado, el planeta Tierra no puede ser el término exclusivo de la geología porque también tiene algo que ver con la geografía y con la astronomía y aun con la meteorología. Pero, por otro lado, sobre todo la expresión «ciencias de la Tierra» es algo más que un sintagma descriptivo en la medida en que privilegia una concepción ontológica de la ciencia según la cual, siendo la realidad un continuo, cada ciencia acometería el estudio de una parte (formal) de la misma.
O, dicho de otra manera, el monismo de la realidad una supone que cada ciencia tiene un objeto formal que constituye y agota el ámbito de su competencia. Pero las contradicciones a que conducen estos supuestos (la pluralidad de las ciencias, la multiplicidad de los términos, objetos, sujetos, aparatos y teorías de cada ciencia, la cristalización de nuevas escalas categoriales y la inconmensurabilidad entre estas) verifica la existencia y renovación constante de los géneros de materialidad y ponen de manifiesto que el análisis de las ciencias no puede ser acometido desde una perspectiva ontológica, pero tampoco epistemológica –lo cual se dice contra la noción de corte epistemológico–.
Así pues, frente a «Tierra», que encierra en su redondez el soplo de un monismo ontológico, Evaristo ha preferido «tierra», en cuyas profundidades se ha encontrado las medallas y monumentos –sedimentos, estratos, fallas, pero sobre todo fósiles– que han permitido ordenar el tiempo de la geología y cuya extensión superficial son los mismos mapas geológicos. Repetimos, «tierra» denota la escala gnoseológica misma de la geología. Un escala que ya no es superponible (conmensurable) a la de otras ciencias y por lo tanto a las que no se puede reducir. Cobra aquí sentido otra de las connotaciones del sintagma titular, «Filosofía de las ciencias de la tierra», en la medida en que, ahora va dirigido contra quienes suponen un dominio interdisciplinar de ciencias, de nuevo orientadas a un mismo objeto. Un caso similar al que ocurre en la geografía donde diariamente estallan entre las manos de los geógrafos las inconmensurabilidades objetivas entre, pongamos por caso, la geomorfología y la geografía de la población.
En suma, la elección de la perspectiva gnoseológica tampoco significa que esta sea una cuestión de «gusto» por una u otra teoría; que el autor del libro haya hecho un análisis gnoseológico de la geología utilizando como método la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno no es una cuestión –repárese en ello– de simple elección, en tanto que ésta ha venido exigida por los términos y objetos de la geología en la medida en que se resistían a ser interpretados desde otros puntos de vista. El autor ha tenido, como los primeros mineros-geólogos, una posición privilegiada porque a su condición de filósofo pudo añadir la de geólogo y ha podido observar de primera mano las discontinuidades atinentes a las concepciones metaméricas de la geología. Se ha cumplido así, si interpretamos funcionalmente la máxima de Platón, un principio meridianamente filosófico: que no entre aquí quien no sepa geometría, es decir, que no entre aquí quien no sepa geología.

© 2005 www.nodulo.org

Paradojas de la geografía: Suárez Ardura en el Catoblepas (julio 2006)

Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974publicada por Nódulo Materialista • www.nodulo.org
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El Catoblepasnúmero 53 • julio 2006 • página 12

Paradojas de la Geografía

Marcelino Javier Suárez Ardura
Las paradojas de la Geografía son desajustes entre la representación y el ejercicio de las categorías geográficas, pero también entre las intenciones de construir una ciencia geográfica y la efectividad de las categorías científicas realmente existentes
Presentación
La Geografía es probablemente uno de los dominios científicos más controvertidos con relación al tema de la unidad y distinción de las ciencias. La fractura constitutiva de la Geografía determinada por el carácter de los saberes que la forman (meteorológicos, geomorfológicos, sociológicos, históricos...) hace que la Geografía se parezca más a lo que desde no hace mucho se ha venido llamando Ciencias del Mar que a una categoría gnoseológica en la que haya cristalizado un cierre de forma efectiva como pudiera ser el caso de la Geología.
Desde esta perspectiva, se puede afirmar que los horizontes de la Geografía, en tanto que ciencia, son más bien inciertos. No obstante los geógrafos siguen en el empeño. No es intención de estas líneas impedirlo, sino atender a las cosas mismas. Tampoco vamos a negar que las disciplinas geográficas vayan a tener un futuro institucional (en la Enseñanza Secundaria o en la Universidad...) «provechoso». Si lo han tenido, como ha mostrado Horacio Capel, desde el siglo XIX, ¿acaso el hecho de poder ser interpretada como una ciencia o no podría impedir que siguiese su curso pragmático?, ¿no existen planes estudios de otros muchos saberes que no son ciencias?
Pero en el seno del gremio, los geógrafos siguen debatiendo en torno a las cuestiones de la unidad de la geografía y de la distinción con relación a otras ciencias. Y esto es ya una contraprueba respecto a quienes pudieran afirmar que estos problemas carecen de importancia (porque sean meros juegos de palabras) o que son más superestructurales que básicos.
En los párrafos que siguen, se intenta poner de manifiesto algunos de los problemas gnoseológicos que parecen enquistar el espacio de la Geografía. No se trata –insistimos– de establecer reglas sobre cómo deben trabajar los geógrafos sino de hacer entender que la resolución –si es que hay alguna salida– de estas cuestiones no es un problema específicamente geográfico por que los geógrafos, en la medida en que quieran tratar sobre ellos, ya no se hallarán en el campo –si es que existe alguno– de su disciplina: estamos ante cuestiones «metageográficas», es decir, filosóficas, a pesar de las palabras de Milton Santos:
«El desafío es separar de la realidad total un campo particular susceptible de mostrarse autónomo y que, al mismo tiempo permanezca integrado en esa realidad total. Y aquí afrontamos otro problema im­portante que es el siguiente: la definición de un objeto para una disciplina y, como consecuencia, la propia delimitación y pertinencia de esa disciplina pasan por la metadisciplina y no al contrario. Construir el objeto de una disciplina y construir su metadisciplina son operaciones simultáneas y conjugadas. El mundo es uno solo. Es visto a través de un determinado prisma, por una determinada disciplina pero, para el conjunto de disciplinas, los materiales constitutivos son los mismos. Es esto, más propiamente, lo que une las diversas disciplinas y lo que, para cada una, debe garantizar como una forma de control el criterio de la realidad total. Una disciplina es una porción autónoma, pero no independiente, del saber general. Así se trascienden las realidades truncadas, las verdades parciales, aun sin la ambición de filosofar o de teorizar.» (Milton Santos, La naturaleza del espacio, Ariel Geografía, Barcelona 2000, pág. 17.)
En suma, las paradojas de la Geografía pueden ser vistas como desajustes entre la representación y el ejercicio de las categorías geográficas, pero también entre las intenciones de construir una «ciencia de síntesis», o una «ciencia integral» o «total», y la efectividad de las categorías científicas realmente existentes.
* * *
1. La Geografía, en tanto que ciencia, tiende a ser concebida como un fractal{1} de la «república de las ciencias» (la Geografía sería tanto como una demarcación territorial que copia el «mapa» del conjunto al que pertenece, como un Estado dentro del Estado{2}). Pero esta supuesta condición de existencia es la paradoja de la Geografía, porque en tanto que «demarcación territorial» o «Estado dentro del Estado» reproduce (como no podía ser de otra manera) los mismos términos, operaciones y relaciones, trazados en las otras configuraciones autónomas, que tienen lugar en tal república; y es a su través (por medio de las operaciones con términos que remiten a determinadas relaciones) como, entonces, se diluyen en otros tantos «distritos administrativos», cuya estructura no está basada en las «fronteras» (no está basada simplemente) de índole pragmática. Este es el tributo que tal concepción ha de pagar inexorablemente.
2. El espacio geográfico como materia (una materia que no cabe ser pensada al margen de la forma misma (la Geografía), enlazada y entrelazada con la materia en múltiples cursos dialécticos) sobre la que versa la Geografía ha sido concebido en virtud de una utilización metamérica{3} de los conceptos naturaleza y cultura{4}, pero jamás ha sido ejercida la construcción del mismo desde un punto de vista diamérico. Este es el reto que tienen ante sí los geógrafos.
3. Tanto los defensores del excepcionalismo{5} en la Geografía como sus detractores han de ejercer una Teoría de la Ciencia{6} por mínima que esta sea; y su ejercicio, por la naturaleza constitutiva del tema sobre el que gira su antagonismo (el excepcionalismo) como en una unidad polémica (contraria sunt circa eadem), involucrará indeleblemente una concepción sobre lo universal y lo particular, que incorporará implícita o explícitamente un esquema de conjugación entre este par de conceptos. Ahora bien, mientras toda la discusión gire en torno a lo universal y lo particular los geógrafos no podrán salir del atolladero aristotélico{7} en el que están inmersos; sólo, pues, la negación del par de conceptos puede superar la dialéctica, mas ello supone, de alguna manera volver a Platón{8}.
4. Los geógrafos, cuanto sujetos gnoseológicos{9} (es decir, como científicos), se hallan en continuidad operatoria (es decir, están dados en el mismo plano y a la misma escala) con los sujetos temáticos: de ahí la «comprehensión»{10} que permitiría «explicar» las «leyes» de la Geografía. Los sujetos temáticos son los propios agentes geográficos cuyas operaciones describen, modifican, producen o destruyen los paisajes y sus diferentes τοποι{11}. Esta continuidad operatoria entre el científico y el agente geográficos imposibilita la «neutralidad»{12} de la Geografía, pero, a la vez, bloquea el cierre categorial de la misma.
5. La Historia de la Geografía, en tanto que Historia del «pensamiento geográfico»{13}, no es más que la intencional odisea de una ciencia cuyo ejercicio efectivo, en muy buena parte, es de otra índole: ya geográfica, ya sociológica, económica, biológica o geológica, cuando no meteorológica o geofísica. Consiguientemente, se deduce la necesidad de construir una Historia de la Geografía donde, sin perjuicio de recoger las tradiciones históricas metodológicas, se atienda más al ejercicio efectivo de las ciencias geográficas, para salir del mero análisis lingüístico cuyas veleidades idealistas entorpecen la correcta comprensión del quehacer geográfico.
6. Cuando los historiadores del «pensamiento geográfico» acometen la tarea de edificar una Historia de la Geografía, en tanto que ciencia, se acogen a un método, generalmente histórico-filológico, según el cual tratan de mostrar una supuesta «evolución histórica» de las ciencias geográficas a través del desarrollo, a lo largo del tiempo, de las diferentes teorías que los geógrafos nos ofrecen como justificación (o explicitación metodológica) de su propia parcela gnoseológica. Pero no parece claro que se pueda afirmar sin riesgo de equivocación que toda declaración metodológica o que toda fundamentación «epistemológica» se ejerza efectivamente en el campo categorial determinado. Sin embargo, esto no va o debiera ir en menoscabo de una Historia del «pensamiento geográfico», siempre que se tenga en cuenta lo que esta Historia, en cuanto pretensión de ser una Historia de la Geografía, tiene más de intencional que de efectivo{14}. Ahora bien, sí cabe la posibilidad, y la pertinencia gnoseológica es muy oportuna, de intentar llevar a cabo la construcción de una «Historia del pensamiento geográfico» –sobre la historia del desarrollo de la teoría geográfica– pero en lo que tienen las distintas corrientes de la geografía de «concepciones» sobre la Geografía. En este sentido, en cuanto «concepciones de la Geografía»{15} cabría reconocerles cierta estructura filosófica; estructura que, si es objetiva, habría de estar presente en las argumentaciones de todos los geógrafos, pero porque la textura de las cosas mismas sería constitutiva de tal estructura. Aquí lo difícil es encontrar un sistema de ideas que no sean los socorridos determinismo, posibilismo, positivismo, historicismo, neopositivismo y demás conceptos cuyo significado es mucho más histórico pragmático que gnoseológico{16}. Consiguientemente, se precisa de un planteamiento general, una teoría de la ciencia que sirva como regla de medir las distintas concepciones de la Geografía. Se persigue poder determinar, teniendo como patrón tal teoría de la ciencia, las ideas de ciencia que están ejerciendo los geógrafos cuando hablan de su disciplina. Asimismo, por las características propias de la Geografía, en el seno de la comunidad geográfica se articula una determinada idea del campo categorial de la geografía que llevará asociadas las ideas de todo y parte{17}.
7. El medio –no sólo como medio físico (geomorfológico), sino también como medio ambiente ecológico en el sentido en el que se afirma que la Tierra es un planeta viviente{18}– cumple la función, en la Geografía, de guardar las apariencias de cientificidad{19}. Esto es, que la geografía, carente de unidad categorial análoga a la de otras ciencias, tiende a buscar un elemento reductor –porque todas las ciencias reducen los términos de su campo en virtud de las relaciones que establecen su cierre categorial–. Es aquí donde «el medio» (medio natural) viene a desempeñar el papel de mecanismo que posibilita llevar a cabo generalizaciones tales que introducen a la Geografía en la clase de las llamadas ciencias nomotéticas. Pero esta función ideológica del concepto de medio no pasa de lo puramente intencional, sin que ello signifique que la Geografía sea, entonces, una ciencia idiográfica; pues lo que habría que criticar también es la misma dicotomía nomotético-idiográfico por su estructura oscura y confusa.
8. La pregunta por el «lugar» de la Geografía en un eje o línea del tiempo ideal (Pasado-Presente-Futuro) se refiere, por regla general, a las relaciones de los llamados «hechos geográficos» con el curso de la historia (desde un punto de vista gnoseológico nos referiríamos a las relaciones entre la Geografía y la Historia, o la Sociología, o la Economía, o la Etnología...). Si la Geografía se coloca en el Pasado estaría suplantando las funciones de la Historia (por aquí iría el intento de Braudel); si se coloca en el Presente estaría copando los lugares de la Sociología, la Economía o la Etnología. Algunos geógrafos pretenden localizar el lugar de la Geografía en el gozne mismo entre el Presente y el Futuro. Con ello evitaría el compromiso con la Historia, en cuanto «ciencia del Pasado»{20}. También suelen presuponer que el resto de ciencias no tendrían una componente «proyectiva». Pero el planteamiento, tal como aparece formulado, está viciado porque la línea de la historia, así planteada, ejerce una dimensión ontológica y no gnoseológica (lo que significa un salto de escala constantemente), cuando en realidad se está pretendiendo una formulación en el plano gnoseológico. Y en este plano no cabe hablar de Pasado, Presente y Futuro, porque todas las ciencias se dan en el Presente. Primero porque si son ciencias seguirán teniendo validez y, en segundo lugar, si no lo son tan sólo consistirán en un episodio de la historia de las ciencias. Frente a esto los geógrafos están obligados a ofrecer una idea diferente de Presente, Pasado y Futuro, que no utilice categorías metafísicas.
9. Quienes proponen la idea del «arquitecto insurgente»{21} (una suerte de geógrafo «militante» en el «partido de la Geografía») por oposición al «arquitecto filósofo» han pensado más en cierta representación del «arquitecto filósofo», poniendo toda la crítica en una figura del filósofo que no se corresponde con el ejercicio de la verdadera filosofía. Pero el «arquitecto insurgente» en la medida en que quiera «dibujar el mundo» (acaso para cambiarlo) ha de tener necesariamente una filosofía{22} –sin perjuicio de su verdad o falsedad– como no podía ser de otra manera, por la constitución misma de ser arquitecto, es decir, de ser «constructor del mundo». Mas en un «mundo» del que no se parte ex novo, de terrae incognitae, sino de la preexistencia (in media res) de un «mundo precursor» que forma parte constitutiva del mismo mundo en el que los diferentes τοποι se dan engranados, establecidos de antemano, configurando la textura del mismo globo terráqueo.
10. Los geógrafos (en cuanto geógrafos y como tales) han intentado cambiar su mundo (el mundo que los constituye como geógrafos), pero no lo han logrado. Por el contrario, de lo que se trataría ahora es, antes que nada, de que se lo representen. Pero para ello han de dejar de ser geógrafos{23}.
Notas
{1} Esta representación, reconocida por muchos geógrafos, es la que ha llevado a algunos como Alain Reynaud (A. Reynaud, «El mito de la unidad de la Geografía», en Geo-Crítica, nº 2, marzo 1976. EU, Barcelona 1976, 40 págs.) a hablar del mito de la unidad de la Geografía. Sin embargo, los análisis de Reynaud no nos parecen lo suficientemente satisfactorios, cuando interpretamos el conjunto de los saberes geográficos desde un punto de vista gnoseológico.
{2} La expresión «Estado dentro del Estado» ha sido utilizada por algunos historiadores para analizar determinadas instituciones históricas que irían incorporándose a un determinado Estado realmente existente a la vez que fagocitando poco a poco sus propias estructuras e instituciones; tal sería el caso de la Iglesia primitiva con relación a Roma según lo expone Jacques-Henri Pirenne. Aquí, tal expresión se utiliza en el sentido de desvelar ciertas autoconcepciones que los geógrafos tienen de su propio quehacer. Como cuando se habla desde una perspectiva emic de la Geografía como ciencia de síntesis de otras ciencias (sin comentarios).
{3} Gustavo Bueno, «Conceptos conjugados» en El Basilisco, nº 1 (primera época), Oviedo, marzo-abril 1978, págs. 88-92.
{4} Ésta es la herencia del idealismo alemán (Reino de la Naturaleza, Reino de la Cultura). Las ciencias geográficas alimentan esta dicotomía a través de la distinción entre Geografía Física y Geografía Humana, ya en una escala ontológica , bien en una escala gnoseológica. Se ha intentado restañar esta brecha a partir de determinados conceptos, que vendrían a dar solución a la fractura entre « lo natural» y «lo cultural». Así, por ejemplo, la unidad deseada se ha buscado en la geografía vidaliana a través del concepto de Región. En efecto, la Región vendría a ser la síntesis misma entre las Ciencias de la Naturaleza y las Ciencias del Hombre o Humanas.
{5} F. K. Schaefer, Excepcionalismo en Geografía, Ediciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona 1980, 86 págs. La obra de Schaefer ha sido considerada como el catecismo metodológico del llamado «paradigma cuantitativista» de la Geografía. Pero ella misma comporta una suerte de supuestos gnoseológicos muy cercanos a lo que desde la Teoría del Cierre Categorial se interpreta como teoreticismo. Sin embargo, desde la misma perspectiva del materialismo filosófico no hay que olvidar los presupuestos metafísicos aristotélicos sobre los que se eleva la argumentación de Schaefer.
{6} Es necesario dejar clara la distinción entre la teoría de la Ciencia o Gnoseología y la teoría del Conocimiento o Epistemología. A este respecto véase Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, 5 Vol., Pentalfa, Oviedo 1992.
{7} Gustavo Bueno, El individuo en la Historia, Universidad de Oviedo, Oviedo 1980.
{8} Volver sobre todo a la idea de simploké de las ideas.
{9} Gustavo Bueno, «En torno al concepto de 'Ciencias Humanas'. La distinción entre metodologías α-operatorias y β-operatorias», en El Basilisco, nº 2 (primera época), págs. 12-46. El sujeto operatorio de la Geografía (el geógrafo) opera a la misma escala que el sujeto temático (un inmigrante, pero también un agente inmobiliario); de ahí la continuidad operatoria entre ambos. La Geografía debe ser interpretada como una ciencia β-operatoria (como la Historia o la Sociología) donde acaso quepa interpretar mejor su unidad categorial. Pero las metodologías β-operatorias, desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial, nos ponen ante una ciencia que no lo es, al menos en el sentido fuerte de concepto de ciencia.
{10} Es posible entender, desde una perspectiva materialista, la idea de «comprehensión» (Verstehen) como una forma subjetivista (metafísica) de la metodologías β-operatorias.
{11} El paisaje, como espacio geográfico, acaso pueda ser interpretado, análogamente, como realizando las mismas funciones en la Geografía que en la Biología desempeña la célula o en la Geología el concepto de formación. En todo caso el dintorno de un paisaje geográfico parece estar conformado por diferentes configuraciones de instituciones mutuamente codeterminadas (sin perjuicio de que de ello resulte una institución compleja o no) A este respecto es muy interesante el artículo de Gustavo Bueno sobre la categoría de las instituciones (Gustavo Bueno, «Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones», en El Basilisco, nº 37, julio-diciembre 2005, págs. 3-52.).
{12} La propia constitución axiológica de las instituciones, organizadas en configuraciones, dando lugar al mismo espacio geográfico, entraña la imposibilidad de «neutralidad». Son las instituciones las que nos remiten a operaciones y ceremonias que las oponen y enfrentan a otras instituciones. En este sentido, acaso quepa decir que una configuración de instituciones se orienta contra otra y que el geógrafo ya no puede ser neutral porque él mismo está involucrado en procesos institucionalizados. En este contexto resulta muy interesante analizar la obra del geógrafo Milton Santos a partir de la categoría de institución.
{13} Algunas referencias bibliográficas en las que se aborda de alguna manera la historia del pensamiento geográfico podrían ser: M. Santos, Por una geografía nueva, Espasa Universidad, Madrid 1990, 257 págs.; H. Capel, Filosofía y ciencia en la Geografía contemporánea, Barcanova, Barcelona 1981, 509 págs.; J. Gómez Mendoza, J. Muñoz Jiménez & N. Ortega Cantero, El pensamiento geográfico, Alianza, Madrid 1982, 530 págs.; E. Murcia Navarro, La Geografía en el Sistema de las Ciencias. Universidad de Oviedo, Oviedo 1995, 245 págs. Las Historias del «pensamiento geográfico» son Historias filosóficas de la Geografía, pero, por regla general, se presentan como la historia efectiva de la Geografía. El atolladero de estas historias consiste en su característica textura ecléctica cuanto a los métodos y a las categorías (algún geógrafo preguntaba hace unos años por las relaciones «rectas» entre la meteorología y la geografía política). El desarrollo de la teoría geográfica nos muestra esta situación. Parece como si por el hecho de «historiar» el «pensamiento geográfico» ya estuviéramos en posesión de la ciencia.
{14} Ver nota anterior.
{15} Las distintas concepciones de la Geografía no pasan de ser más que constructos de índole nematológica (Véase Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, Mondadori, Madrid 1989, 478 págs.) orientados a «tranquilizar» la conciencia de quienes forman parte del gremio. Pero ello no excluye que el propio gremio este involucrado en sociofactos, artefactos y mitos dados en el mundo que los envuelve.
{16} Es así como se analiza la historia de la Geografía. Son estos términos, que no llegan a ser conceptos con una solidez gnoseológica por derecho propio, los utilizados. Son tal vez conceptos «transversales» (pragmáticos; hablaríamos del discurso cuantitativo, del discurso radical, etc.), pero que no responden a una conceptuación filosófica sistemática (en este sentido pueden ser interpretadas algunas controversias gnoseológicas en la frontera de la misma Geografía).
{17} Las ideas de Todo y Parte se están realizando en el quehacer del geógrafo, en sus representaciones de la disciplina geográfica. Señalemos dos obras en las que la idea de Totalidad aparece desde le primer momento: M. Santos, De la totalidad al lugar, Oikos Tau, Barcelona 1996, 167 págs.; Z. Rykiel, Geografía dialéctica, EU, Barcelona 1984, 116 págs. A título de ensayo o prueba, podemos hacer un recorrido de los distintos tratamientos holísticos ejercidos ya desde los considerados padres putativos de la Geografía. La propuesta de Humboldt, ligada al empirismo decimonónico, parece situarse en una concepción descripcionista de la ciencia, manteniendo, a la vez, una idea del espacio geográfico en sentido atributivo, aunque sólo estudie los fenómenos físicos desde una perspectiva sistemática. Carl Ritter también se mantendría en una perspectiva descripcionista y en una concepción del espacio geográfico en tanto que totalidad atributiva (organicismo); para Ritter el geógrafo sería un mero intérprete de los signos y caracteres geográficos. El proyecto de Ratzel, íntimamente vinculado al desarrollo de la Etnología, se denominó Antropogeografía y reposaba sobre las relaciones del «hombre» con el «medio». Su concepción gnoseológica de la Geografía y de la ciencia en general puede ser interpretada como descripcionista y su idea del «objeto geográfico» habría que entenderla más como totalidad atributiva que distributiva. En la geografía regional alemana la concepción de Alfred Hettner parece defender una idea de ciencia que oscila entre el descripcionismo y el adecuacionismo. Para Hettner, espacio geográfico es entendido, sin ninguna duda, como una totalidad atributiva. Se trata de una línea muy próxima a la del geógrafo francés Vidal de La Blache cuya concepción del espacio geográfico también sería de índole atributiva. Pero la geografía vidaliana no parece tener una idea clara y distinta sobre las relaciones entre la materia y forma científicas: por un lado, podría entenderse como un descripcionismo, acaso por influencia del positivismo, pero también como un adecuacionismo. Con todo, sería la misma línea de interpretación en la que estaría el geógrafo L. Febvre. La llamada geografía cuantitativa anglosajona, que muchos consideran iniciada a partir del panfleto de Schafer, y que ha sido cultivada especialmente por los geógrafos Harvey y Bunge, parte de una propuesta gnoseológica de carácter teoreticista. El espacio geográfico es entendido en un sentido distributivo (la racionalidad hexagonal de Christaller). La geografía coremática inclina a pensar en una suerte de interpretación teoreticista (aunque se podría dudar sobre si las estructuras que representa no presuponen cierto adecuacionismo) por su formalismo. En cualquier caso su concepción del espacio debe ser entendida en sentido distributivo. En la línea de la geografía humanista, la crítica a las concepciones empiristas podría ser interpretada como ejerciéndose desde cierto teoreticismo al estilo de Kuhn o de Feyerabend. Por otra parte, parece defender los presupuestos holísticos (atributivos) del espacio geográfico pero manteniendo una perspectiva emic. La llamada geografía radical se situaría en una concepción del espacio geográfico de índole distributiva –al menos esta sería el sentido de la crítica de Lacoste a la geografía regional francesa. Su concepción gnoseológica de las ciencias geográficas podría interpretarse como un circularismo, mas en todo caso ejercido antes que representado.
{18} Ésta es la tesis de Jean Tricart (La Tierra, planeta viviente, Akal, Madrid 1981, 171 págs.) a partir de la cual se llegó a hablar de una interpretación dialéctica de la Geomorfología. Desde nuestra perspectiva hay en esta obra una concepción holística que acaso estuviera orientada a la constitución de una ciencia global de la Tierra. Pero esta idea es más intencional que efectiva a tenor de la pluralidad de las categorías científicas. Una obra muy ilustrativa para entender nuestra argumentación, desde luego en un sentido totalmente diferente al de estas concepciones intencionales es la de Evaristo Álvarez (Filosofía de las ciencias de la tierra, Pentalfa, Oviedo 2004, 355 págs.).
{19} Pues se suponía y supone que la Geografía sólo era ciencia si lo era de lo universal (ya hemos hablado del atolladero aristotélico), y este «precepto» sólo podía cumplirse cuando lo era a semejanza de las ciencias naturales. El medio físico procura a los geógrafos una cédula de cientificidad. De esta manera se puede pensar que la geografía no era ninguna «excepción» en la «república de las ciencias» porque podía ser tenida por igual a la Física (la tesis de Schaefer) o las Matemáticas como ciencia nomotética.
{20} Para una crítica de la idea de Pasado como idea metafísica véase Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos: construcción del concepto de Historia Fenoménica», El Basilisco, nº 1 (primera época), págs. 5-16.
{21} En el fondo se está haciendo alusión al geógrafo comprometido; el geógrafo que acaso no concibe su ciencia como un saber neutral (Véase nota 12)
{22} Se trataría por nuestra parte de «reivindicar» la necesidad de un mapamundi, como ha señalado agudamente Gustavo Bueno. En el fondo cada mapamundi remite a una filosofía determinada por mínimas que sean las coordenadas de su arquitectura.
{23} Tomamos como patrón sintáctico de esta nota la célebre tesis de Carlos Marx, pero interpretada en un sentido funcional. No se trata de defender que el geógrafo deba o no tener una idea clara y distinta de su disciplina (que si la tiene tanto mejor). Probablemente la Geografía seguirá siendo lo que es con independencia de la concepción que de ella tengan los geógrafos. Se trata de afirmar esto con intención «crítica», reconociendo que las filosofías espontáneas de los científicos resultan ciertas cristalizaciones ideológicas que brotan de su propia práctica, pero que el ejercicio de una verdadera filosofía presupone una escala distinta (de un grado distinto si se puede hablar así) donde la «especialidad» tendrá algo que decir, pero no todo de todas las cosas.

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